—Quítate la ropa —le dijo, con un tono de voz profundo y repentinamente autoritario…
Ella dejó escapar una bocanada de aire, pero todavía le faltaba mucho para sentirse relajada.
Porque nunca había estado de pie y desnuda delante de un hombre. Y aquello era muy diferente al apareamiento frenético del almacén, o incluso a los juegos de la piscina. Pensó que aquellos actos eran algo salvajes, decadentes, por el lugar en donde estaban sucediendo. Pero de alguna manera, aquello, estar de pie delante de él, en una habitación bien iluminada, mientras empezaba a desvestirse y él vigilaba cada uno de sus movimientos, aquello le parecía decadente. Extremo. Íntimo.
Llevó la mano hacia su cuello, y lentamente desató el lazo negro que ceñía su camiseta y se dio cuenta de que dejarlo caer hasta su cintura no era algo tan difícil, porque llevaba un sujetador negro sin tirantes bajo ella.
—Precioso —dijo él, con una expresión completamente sexual, desprovista ya de cualquier tono juguetón. —Ahora más.
_________ empujó la camiseta por el tirante sobre la minifalda vaquera y lo dejó caer alrededor de sus sandalias rojas de tiras. Después, se pasó la mano por la espalda y con suavidad, se desabrochó el sujetador de encaje, dejándolo caer también.
Los ojos de Tom se cerraron en su pecho, y ella sintió cómo sus pezones, que ya estaban tensos, se estremecían bajo su lectura. Él ya los había visto antes —en el almacén, claro— y después, cuando habían dormido juntos y desnudos la noche anterior, pero otra vez, aquello era más intenso, desnudarse para él, desvestirse ella misma. Era como si estuviera dejando al desnudo su propia alma.
—Jodidamente hermosa —le dijo.
Y mientras un lento calor comenzaba a extenderse en su interior, a medida que los nervios dejaban lugar a una pura lujuria, _________ se encontró a sí misma rozando con las palmas de las manos su vientre desnudo y sus dos montes de piel. Ella nunca se había tocado antes de aquella manera, delante de un hombre, pero el instinto la había empujado a hacerlo. Hacer lo que le hacía sentir bien. Hacer lo que ella sabía que a él le gustaría.
Primero se cubrió la parte de abajo de sus senos, dejando que su peso se estableciera sobre sus manos. Después dejó que las palmas se cerraran completamente sobre ellos, y los estrujó sensualmente mientras recibía la mirada de Tom, y ella veía el fuego que desprendía y sentía el resultado en sus braguitas que ya se habían humedecido para él.
—Es tan bonito lo que haces, nena —le dijo él, en una voz que era más un gruñido.
Ella se lamió el labio superior y se sintió poderosa, el deseo estaba apoderándose de ella. Todavía estaba masajeando con suavidad sus senos, cuando se pellizcó los pezones con los dedos pulgar e índice, y sintió su dureza y cómo se alargaban incluso más con su caricia.
—Sigue —le ordenó él.
Y ella se dio cuenta de que sus deseos eran órdenes, y se sorprendió al saber que realmente le gustaba que él la mandara, que le dijera qué hacer. Le gustaba la idea de ser su juguete, su juguete sexual, la mujer a la que quería follarse.
Levantó un pie hacia el escalón enlosado que llevaba al interior de la bañera, y se inclinó para desabrocharse la pequeña hebilla de su zapato.
—Todavía no —le dijo Tom.
Ella levantó la cabeza para mirarlo.
—Déjatelos puestos hasta el final.
Una nueva ráfaga de sucio placer se apresuró por sus muslos y golpeó su región más baja. Él deseaba verla desnuda pero con los zapatos puestos. Era su juguete sexual. Y a ella le gustaba más de lo que podía comprender.
Puso el pie de nuevo en el suelo y se desabrochó el botón de la falda. Después, se bajó la cremallera y deslizó la minifalda vaquera por sus caderas hasta que cayó al suelo, dejándola solo con un tanga negro de encaje y con bordados. Levantó los pies para salir de la falda y se quedó allí de pie, delante de él, empapándose de su mirada depredadora y completamente masculina.
Recorrió sus muslos con las palmas de las manos y después, las dejó pasearse por sus caderas y dirigirse hacia su trasero, que empujó hacia atrás contra las manos mientras sacaba el pecho hacia fuera. Los pocos nervios que había tenido hasta entonces parecieron desvanecerse: estaba completamente metida en aquello, con él.
Volvió a dirigir las manos hacia delante e introdujo juguetonamente el dedo corazón en la parte delantera de sus braguitas y entonces, dejó que se colara dentro. La yema de su dedo frotó ligeramente su clítoris húmedo y dilatado antes de que lo sacara.
—Dios santo —articuló Tom, con los ojos vidriosos por el deseo.
Ella se mordió el labio; de repente se sentía completamente seductora, como alguien que nunca había sido antes, alguien totalmente nueva.
—¿Quién es correcta y remilgada ahora? —le preguntó. No se había dado cuenta de que la conversación en la piscina le había dado ganas de demostrarle que estaba equivocado, pero quizás era así.
Tom negó brevemente con la cabeza.
—No tú, cariño. Ya no.
Ella dejó que una sonrisa coqueta se extendiera por su cara.
Y él le concedió también una pequeña y juguetona sonrisa en respuesta.
—Eres una chica sucia, ¿verdad?
¿Lo era? ¿O era aquello simplemente parte del juego?
—Cuando quiero serlo —le contestó. Pero al final, decidió que la verdadera respuesta era: «Cuando estoy contigo».
—¿Está mojada tu vulva?
Ella asintió.
—¿Se ha humedecido tu dedo?
Ella volvió a asentir, después dio unos pasos hacia delante, sus tacones provocaban chasquidos sobre la losa, y se inclinó hacia abajo para meterle a Tom la yema de su dedo en la boca.
Ambos gimieron cuando él cerró los labios alrededor del dedo y ella sintió su lengua, y después la ligera y suave succión. La sensación descendió en espirales directamente hasta el punto en donde se estaba empapando más a cada segundo que pasaba.
Cuando finalmente le soltó el dedo, le dijo:
—Ahora quítate las bragas. Enséñame esa bonita y pequeña vulva tuya.
Ya no se sentía tímida por estar en cueros delante de él y bajo aquel brillante resplandor de las luces del cuarto de baño, por lo que se dio la vuelta, metió los pulgares en el elástico que rodeaba su cintura y suavemente tiró del tanga hacia abajo hasta que se le cayó a los tobillos. Sacó los pies de él y volvió a girarse hacia él, completamente desnuda.
Justo como había pasado al principio de aquel striptease, Tom no dudó ni un instante en llevar la mirada exactamente adonde a él le interesaba, y en aquel momento, se quedó estudiando su entrepierna. Ella sintió como si sus ojos le estuvieran quemando realmente la piel y, como cada vez que lo había visto desde que había llegado a Las Vegas, él tenía una manera de hacer que su vulva fuera la parte más importante de ella, la parte que dominaba cada una de sus acciones, cada uno de sus pensamientos. Y por mucho que le gustara tenerlo observándola, también deseaba sentirlo dentro.
—¿Y ahora los zapatos? —le preguntó. Quería meterse en la bañera con él. Quería cabalgarle, con fuerza.
El asintió ligeramente con la cabeza, y cuando ella se inclinó para quitarse uno de los zapatos, él le dijo:
—Pero no de esa manera.
Ella lo miró, confusa.
—Siéntate al borde de la bañera —señaló hacia el extremo opuesto, al lado del grifo.
Cuando ella siguió la instrucción, sin estar muy segura de lo que él pretendía, él le dijo:
—Dame tu pie derecho.
Mmm. Era él quien iba a quitarle los zapatos. ¿Por qué le resultaba eso tan condenadamente excitante?
Prestando atención para no perder el equilibrio, extendió su pie hacia él. Tom dejó a un lado su copa de vino. Con una de sus masculinas manos, le cubrió la parte de atrás del tobillo, con la otra, acarició con los nudillos el interior de sus pantorrillas. Ella se estremeció ante el placer que se extendía hacia arriba, pero siguió mirándolo, no quería perderse ninguna de las expresiones de su cara. Él estudió su pie y recorrió con las frías yemas de sus dedos la correa de cuero rojo que sujetaba el zapato al tobillo, después recorrió más tiras de cuero que se cruzaban sobre su pie antes de acariciarle la piel más abajo, al lado de las uñas, que ella se había pintado de rojo para que hicieran juego con sus zapatos.
Después, con una excitante lentitud, desató la correa del tobillo y suavemente le quitó el zapato. Ella dejó el pie en el suelo, mientras él dejaba la sandalia cerca de las copas de vino y se preparó para ofrecerle el otro pie, pero desde aquel ángulo le resultaba más difícil mantener el equilibrio.
Tom despejó su dilema.
—Dobla la pierna derecha y descansa el pie en el borde trasero de la bañera.
Ella hizo lo que él le pidió. Y se dio cuenta de que aquel movimiento le extendía las piernas y dejaba su vulva completamente expuesta. Sus ojos se encontraron, conscientes de ello, justo antes de que Tom bajara la mirada.
—¿Sabes cuál es mi color favorito? —le preguntó.
¿Qué? ¿Iban a ponerse ahora hablar de sus gustos?
—Eh, no. ¿Cuál?
Él estudió la piel que había entre sus piernas, desvergonzadamente.
—El rosa…
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ResponderEliminarpor que por que por que por que haber diganme por que medejan asi en lo mas interesante TT.TT eso es verdaderamente injusto deveras yo sufro osea TT_TT nadie piensa en mi y en las demas que nos dejas con el alma en un hilo sube capi proto plis aaaaaaaaaaa dios amo tu fic kisses!!
muerooooo :O xD please sube luego bye cuidate
ResponderEliminarJAJJAJAJAJJAJA Q PELADA AHHHHHHHH Q INTRIGA LE GUSTA EL ROSA KAJSKAJSKAJSK geenialllll xDDDDDDDDD hasasjj
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