lunes, 14 de febrero de 2011

cap 20

Mientras _________ sacaba el cuerpo de las burbujas, Tom rescataba sus zapatos, los cuales, le anunció él, estaban empapados pero no parecían estar estropeados. Ella encontró su ropa bajo una pila de espuma que había en el suelo, y también estaba húmeda, lo que era previsible. Después de que se secaran el uno al otro con las toallas, ella miró hacia atrás, al recinto enlosado que todavía estaba cubierto de blanco:
—¿Qué hay del vino?
—Olvídate del vino, quiero que nos acostemos en la cama.
Ella no podía discutirle algo así, especialmente cuando se metieron en la enorme y lujosa cama y Tom tiró de su cuerpo desnudo más hacia él y le dio un beso en la frente.
Después, él se quedó dormido, pero a ella no le importaba, en realidad, casi pensó que era muy mono que incluso Tom Kaulitz, el dios del sexo, cayera preso del sueño después de un orgasmo.

Lo observó dormir, respiró la fragancia fresca pero todavía masculina de su cuerpo, observó la manera en la que sus trensas empezaban a secarse. No podía evitar reflexionar sobre la miríada de experiencias que aquel hombre le provocaba. Y la miríada de emociones que la hacía sentir. Se había dado cuenta en la bañera de que el sexo era tan abrumador como las emociones más oscuras, pero incluso que aquello en sí mismo, la idea de que todo lo que deseabas o por lo que te preocupabas era de un pene embistiéndote... ¿no era acaso una emoción en sí misma?. Nunca antes había sabido mucho de la intimidad real y verdadera. Suponía que ni Wayne, ni los otros pocos hombres con los que había estado, le habían inspirado nunca unos sentimientos como aquellos. Aun así, sabía que aquella noche lo había experimentado con Tom.
_________ todavía estaba observándolo cuando, unos segundos más tarde, su mano se movió sobre su cadera bajo las sábanas y sus ojos se abrieron.
—Eh —dijo él, con una somnolienta sonrisa.
—Eh.
—Siento haberme quedado dormido.
Ella le concedió una sonrisa paciente.
—El orgasmo puede ser el causante.
—Follarte con tanta intensidad me ha dejado agotado —admitió con una pequeña sonrisa lasciva. Después, meditó: —Las luces están todavía encendidas. La música también.
Era verdad, no se había dado cuenta, tan ensimismada había estado con Tom y con la sensación sexual y abrumadora que le había dado en las últimas veinticuatro horas.
—Me siento demasiado cómoda como para levantarme ahora mismo —y además, las luces de la habitación estaban apagadas, solo la luz del cuarto de baño y las del salón se filtraban a través de las puertas, dándole una luz tenue y romántica al ambiente.
Él se acurrucó más cerca de ella.
—Yo también.
Cuando su mirada recayó en la cruz que llevaba en la garganta, tendió la mano suavemente y deslizó la yema del dedo sobre la suave superficie de plata.
—¿Es especial para ti? Nunca me había dado cuenta de que la llevabas hasta la pasada noche, pero la llevas puesta desde entonces.
—La llevo todo el tiempo. Simplemente acaba bajo mi camiseta la mayoría de los días.

—Entonces, sí es especial.
Él asintió ligeramente contra la almohada.
—Mi abuela me la regaló en mi confirmación, cuando tenía doce años. La trajo con ella desde Grecia y la tenía desde que era pequeña.
—Vaya —su respuesta la había sorprendido a muchos niveles. Le sorprendió darse cuenta de que la cruz fuera tan antigua. Y que Tom Kaulitz fuera el tipo de hombre que apreciara tanto a su abuela. Y que Tom Kaulitz tuviera un lado religioso. —No suponía que fueras un buen chico católico.
La miró de reojo.
—Católico, sí. No necesariamente bueno.
Ella le sonrió en respuesta.
—¿Está tu abuela... todavía viva?
Su expresión se convirtió en una acalorada, quizás algo de alivio, que ella no había visto nunca.
—Tiene ochenta y cinco años y todavía está fuerte. Está de vuelta en Brooklyn con el resto de mi familia.
—Vaya —le dijo ella otra vez. Nunca había pensado en la familia de Tom. —Apuesto a que están muy orgullosos de ti.
Dejó escapar una carcajada corta y cínica.
—Sí, es el sueño de todo padre tener un hijo al que lo acusan de mala conducta sexual en un canal nacional de televisión.
Ella parpadeó.
—Lo siento... no estaba pensando en ello. Estaba pensando en tu trabajo.
—Me quieren y aceptan lo que hago, pero esa no fue exactamente su primera opción.
—¿Y cuál era?
Él suspiró.
—Hasta su jubilación hace unos pocos meses, mi padre vendía seguros en la misma pequeña oficina y en la misma calle de Brooklyn desde antes de que él naciera. Soi el mas grande que mi hermano y mis padres esperaban que algún día pudiera encargarme del negocio familiar.
—Oh —no podía imaginar la presión que aquello podría suponer para un chico
Él sonrió.
—¿Te resultó difícil hacer las maletas y mudarte a Los Ángeles? ¿Decirle a tu padre que abandonabas el negocio de los seguros? —antes, hacía unos minutos, ella no podía haber imaginado que hubiera algo difícil para Tom Kaulitz, pero escuchar todo aquello de su familia, imaginarlo como un chico joven de Brooklyn, lo cambiaba todo.
—Sí y no —le dijo él, suavizando el tono de voz. —No me gustaba la idea de decepcionarlos, pero me sentía asfixiado allí. Dejarlo todo para perseguir lo que realmente quería hacer en la vida era muy... liberador. En más de un sentido.
—¿Qué quieres decir?
Su mirada se alejó del techo para centrarse en ella, y después volvió a mirar hacia arriba. —Estaba prometido.
Se esforzó todo lo que pudo para no quedarse mirándolo boquiabierta. —¿En serio? El asintió ligeramente.
—Su nombre era Angie, era una buena chica griega del barrio. Llevábamos saliendo juntos desde los dieciséis años y...

—¿Y qué? —le preguntó ella cuando él se detuvo. —Era como lo de estar en el negocio de los seguros. No quería estar en esa situación, pero me sentía obligado. —Oh.
Él volvió a mirarla.
—Una vez la amé, pero tenía que irme. Fue la cosa más inteligente que he hecho nunca. Y una lección aprendida. _________ se mordió el labio. —¿Y cuál era la lección?
—Que sentirme atado me hace sentir de alguna manera... en fin, atado. Así que desde entonces, simplemente me limito a no hacerlo. Me siento más feliz así. Y no me arriesgo a hacerle daño a nadie.
—Suena inteligente —le dijo ella, intentando ignorar el leve retortijón en su estómago. Y en realidad, sonaba inteligente, entonces, ¿por qué se sentía tan nerviosa? No era exactamente algo nuevo que Tom no se comprometiera ni tuviera relaciones serias con alguien. Básicamente le estaba contando lo que ella ya sabía. Solo que quizás escucharlo de su propia voz le parecía un poco diferente.
No es que solo le gustara el sexo con él, sino que le gustaba él. Estar con él, hablar con él, aprender con él, reír con él.
—Háblame de tu ex marido —le dijo Tom, y ella se sorprendió ante aquella petición. Cuando no le respondió enseguida, añadió: —A no ser que prefieras no hacerlo.
Ella negó con la cabeza.
—No, no me importa. Yo... conocí a Wayne hace cinco años, y me pareció que había encontrado al hombre de mis sueños. Nos casamos después de un año saliendo juntos (una boda grande y tradicional, con todos los detalles) y un año después, su compañía lo trasladó desde Ohio a Los Ángeles. Así que nos mudamos y todo nos pareció genial. Supongo que a medida que pasaba el tiempo, nos separamos un poco, pero yo lo achaqué a lo ocupados que nos mantenían nuestros trabajos, yo con el puesto en Blue Night y él con su trabajo de desarrollo de sistemas, y además se había apuntado al gimnasio y pasaba mucho tiempo fuera de casa. Entonces, una noche se fue al gimnasio pero se olvidó el teléfono móvil. Me di cuenta de que había una llamada perdida y pensando que quizás fuera algo importante, escuché el mensaje que le habían dejado. Escuché a una mujer diciendo que llegaba tarde, pero que estaría allí pronto y que llevaba un nuevo conjunto de ropa interior bajo el chándal.
—Mie*rda.
Ella asintió con un gesto indiferente, perdida en aquel ensueño.
—Sí, mie*rda.
—¿Y qué hiciste entonces?
—Me fui al gimnasio. Y los encontré trabajando juntos y me enfrenté a él. Me lo contó todo, que la había conocido allí, que se habían caído bien, que una cosa había llevado a la otra. Que ella estaba casada también y que era madre de tres hijos.
_________ agradeció la sonrisa de Tom.
Le animaba a compartir sus sentimientos en aquel tema en particular.
—Creo que el sexo es genial y todo eso, pero para mí hay un par de cosas que son sagradas: el matrimonio y la familia. Quiero decir, ¿por qué molestarse con esas cosas si uno no las desea realmente?
Él asintió.
—Exactamente. Esa es la razón por la que yo no las tengo.
—Entonces, entiendes por qué no pude perdonarlo.
Él la miró, sorprendido.

—¿Pretendía que lo hicieras?
—Eso es lo que quería él. Pero... una vez que la confianza estuvo tan completamente destrozada, supe que nunca volvería a sentir por él lo de antes.
—No te culpo, nena —le dijo él; después se inclinó para darle un pequeño beso, lo que ella necesitaba realmente en aquel preciso momento. —Pero te contaré un secreto.
Ella se acercó más, contenta de que estuvieran dejando atrás la historia de su ex marido. Su ruptura no podía haber contrastado más con la nueva _________.
—¿Qué es?
—Su pérdida me ha venido definitivamente bien.
Se besaron otra vez, y Tom cerró los ojos, dejando que _________ volviera de nuevo a sus propios pensamientos, y a sus propias palabras: «una vez que la confianza estuvo tan completamente destrozada, supe que nunca volvería a sentir por él lo de antes». ¿No sería así como se sentiría Tom si se enteraba de su engaño, de que estaba robándole un puesto de trabajo que adoraba y que había hecho tan bien durante tanto tiempo? De alguna manera, casi se había olvidado de ello aquel día: había existido tanta excitación entre ellos que le resultó muy fácil dejar apartado cualquier pensamiento negativo.
Ella sabía que estaba cometiendo muchos pecados con Tom, pero aquella mentira era mucho peor que todo lo demás y ella se apartó de él y se bajó de la cama, caminó desnuda para apagar las luces y el equipo de música, y sufrió un sincero sentimiento de culpa que no había sentido hasta aquel momento. Porque ahora lo conocía. Y porque ahora todo aquello le parecía más que una simple cuestión de sexo. Como mínimo, se habían hecho amigos. Bueno, amigos con derecho a roce. Cuando se dirigió hacia la amplia pared de ventanas que había en la espaciosa zona de la salita, miró las luces de la ciudad, y se obligó una vez más a dejar a un lado el sentimiento de culpabilidad. Después de todo, ¿no le había dicho él que lo que pasara en Las Vegas se quedaba en Las Vegas?
Así que el sexo se quedaría en Las Vegas.
Y con algo de suerte, también lo haría el sentimiento de culpa.

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